domingo, 8 de marzo de 2015

Tercer domingo de la Gran Cuaresma: Veneración de la Santa Cruz...






Para burlarse del cristianismo, un filósofo ateo se preguntó: “¿Acaso Cristo es el último cristiano?”. Este es el desafío permanente de los cristianos: demostrar que son como Cristo, sino el cristianismo muere con Cristo en la cruz.

Hay varias fiestas en las que celebramos la Santa Cruz, las dos más importantes son la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el catorce de septiembre, y la Veneración a la Santa Cruz que celebramos hoy, en la mitad de la Gran Cuaresma.

En estas oportunidades, observamos una diferencia de tono en los textos bíblicos leídos. Para la Exaltación de la Cruz, se lee la Epístola que habla de la cruz que es un orgullo para nosotros, escándalo para los demás y locura para las naciones; y se lee el Evangelio que habla de la crucifixión de Cristo entre dos ladrones. Ambas lecturas revelan el sentido de la fiesta: el hallazgo de la cruz de Cristo por la reina Elena, la que es considerada como señal del triunfo del cristianismo.

En cambio, para la fiesta de la Veneración a la Santa Cruz, se lee la Epístola a los hebreos que habla de Cristo como sumo sacerdote y de Su sacrificio; y se lee el Evangelio que habla de la cruz no como una historia, sino como una causa. Nos habla del sacrificio de uno mismo en la vida de los discípulos de Cristo.
Sí, la cruz de Cristo, el Sumo Sacerdote, fue su altar. La cruz es el altar sobre el cual Cristo ha sido el que ofrece y el que es ofrecido, el que inmola y el que es inmolado, el sacerdote y la víctima. Este es el verdadero significado de la cruz: es un altar. Por ello, la llevamos sobre nuestro pecho, nos persignamos, la ponemos en nuestros hogares, etc. Todo lugar ha de convertirse en un altar donde el cristiano se ofrece como sacrificio. ¡Bien ha dicho este filósofo: “Cristo es el último cristiano”!

A los cristianos se los reconocen por la misión de la cruz, es decir por la ofrenda permanente de ellos mismos sobre este altar hecho de dos maderas, uno horizontal y otro vertical. Los cristianos se enorgullecen, y bien lo hacen, pues usan la santa cruz en todo lugar y en todo tiempo. La cruz está puesta en las paredes y llevadas sobre el pecho; nos persignamos antes de iniciar cualquier trabajo; con ella se bendice todo paso o labor.
Con este movimiento extendemos la Cruz como altar, para ofrecer toda labor como sacrificio de amor sobre él. Cuando llevamos la cruz sobre nuestro pecho, se convierte, en realidad, en nuestro portador. La vista del cristiano con la cruz colgada en el pecho ha de ser idéntica a la vista del Señor crucificado sobre la cruz. Todo lugar donde la cruz es elevada se convierte como aquellas piedras que Abraham construyó para ofrecer el sacrifico de Isaac sobre ellas. La cruz es el altar del Señor.

Al persignarnos antes de comer, nos damos cuenta de que nuestra porción (nuestro derecho) de la comida se limita a nuestra necesidad. Y todo lo que excede esta necesidad es la porción (el derecho) de los demás. Satisfacer (saciar) nuestro egoísmo es rechazado.

Al persignarnos antes de manipular el dinero, o al pensar en nuestro dinero, nos damos inmediatamente cuenta de que el dinero no es nuestro, y que nuestro derecho en él es nuestra necesidad, y los demás son los propietarios del resto del mismo. Al persignarnos al ver toda escena, nos damos cuenta de que sólo la abstinencia es nuestra porción. Al persignarnos antes de hablar, nos damos cuenta de que la cruz nos conduce a la castidad de la lengua. Hemos de crucificar todas nuestras pasiones, o en otras palabras, ofrezcamos todo lo que es nuestro sobre el altar de la cruz, y Él nos purifica de todo egoísmo.

Extendamos toda nuestra vida en todo momento sobre este altar eterno. La característica de los discípulos de Jesús es que lo siguen y caminan tras de Él crucificándose sobre el altar del amor viviente. La cruz es un altar que cambia nuestra vida de ladrones a vida de sacerdotes. El egoísmo es delincuencia, mientras que el amor es sacerdocio. El llevar la cruz de esta manera no es sino el ayuno mismo. Estas prácticas son nuestros ayunos.

El ayuno es una oblación continua y Sus heridas permanecen hasta que se cure nuestro egoísmo. El ayuno nos convierte en sacerdotes del amor divino, viviendo no para nosotros mismos, sino, al ejemplo del Señor, para los demás. Por ello, la cruz va junto con el ayuno, tal como el amor va junto al altar. La cruz es el altar donde nos sacrificamos a nosotros mismos, por ello, ha sido puesta en la mitad de la Cuaresma, porque la meta del ayuno bendito es el amor y la curación del egoísmo arraigado en nosotros.

Cristo, el amor-sacrificio, se elevó sobre el altar de la Cruz. Pero también nos eleva por la Iglesia, porque Lo amamos ya que nos trajo a Él por Su amor por nosotros; nos eleva sobre nuestra cruz para que seamos oblaciones y holocaustos de amor y de humanidad a todo ser humano.

Este es el nuevo altar; nuestra cruz de cada día es negarnos a nosotros mismos llevando en todo lugar esta cruz como nuestro altar, siguiendo los pasos de nuestro Señor para ser Sus discípulos, muriendo con Él a semejanza de su muerte y resucitar con Él a semejanza de Su resurrección.

“Ante Tu cruz oh Señor, nos prosternamos, y a Tu santa resurrección glorificamos”. Amén.

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